lunes, 14 de marzo de 2011

Balbina: una historia dulce y amarga


Una experiencia de vida en la que el principio de vivir con dignidad, está ausente. La precariedad y la miseria enmarcan la única forma de vida.

72 años acompañan la vida de una dama fuerte, con carácter y espíritu trabajador. Una mujer venezolana que sus condiciones de discapacidad no le han impedido ser el pilar de una familia numerosa. Ha vivido gran parte de su vida y formado a sus 3 hijos, 5 hijas y más de una decena de nietos, en una humilde casa de bahareque, en partes derrumbada por el tiempo, con un techo de zinc que los acobija en un mismo espacio donde se encuentran dos camas, una hamaca, la cocina y un fogón improvisado en el suelo que le permite, entre sus limitaciones, realizar diariamente sus quehaceres para sostener a su familia.

Ella es Balbina Suárez. Una mujer con talante, de carácter “dulce y amargo”, así como ella misma se describe después de una espontanea y pícara carcajada. Su espíritu fuerte, es el alma de este hogar, que está ubicado al otro lado de una quebrada, luego de dejar -a través de unas rendijas que hacen las veces de puente- un marcado camino de tierra que se esconde en medio de una arboleda y que no se deja ver desde la calle principal del Valle de Moroturo, localidad del municipio Urdaneta, al norte del estado Lara; una de las jurisdicciones que se cuentan entre las zonas con mayores índices de pobreza extrema en Venezuela.

Esa quebrada que atraviesan en el vaivén rutinario que los lleva al pueblo- el otro lado de una realidad con menos precariedad- es la fuente de agua que utiliza la familia Suárez para hacer los quehaceres del hogar, y que de vez en cuando, combinan con el agua de lluvia que recogen en algunos toneles y que también sirve para saciar la sed.

Esta misma agua es utilizada para preparar la comida. En la expresión singular, porque la rutina índica tener un sólo plato al día. Alguna arepa con pasta o caraota. La carne, el pollo y las verduras sólo aparecen en ocasiones esporádicas, marcadas por la diferencia en alguna celebración especial.

-Comemos lo que haya-, es lo que dice Balbina, quien al adelantar cualquier conversación, con la naturalidad que la caracteriza, recuerda: “yo no sé cuántos años tendré no ve que yo no sé leer. Para hablar hablo, pero no sé el total que vaya a agarrar de pago de plata ni nada”.

Su escuela, como ella misma lo dice, ha sido la de la vida. Su aprendizaje es producto de las experiencias, buenas y malas, pero que han servido de enseñanza para las nuevas generaciones que han crecido bajo su tutela.

En esta historia, el principio de vivir con dignidad, está ausente. La precariedad y la miseria enmarcan la única forma de vida que ha experimentado la señora Balbina y su familia. Los fundamentos para alcanzar un estado ideal de calidad de vida, no se conocen.

Realidades como ésta, se esconden en cada rincón de nuestro territorio. Detrás de las estadísticas, que representan simples números e indicadores, hay miles de historias que contar. Hay millones de “Balbinas” que viven, padecen, sufren y hasta disfrutan de sus condiciones porque para ellos, simplemente, ésta es la única forma vida.

Mayo, 2010



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